Martha la mala madre no paraba de traer hijos al mundo. Uno
tras otro, su cuerpo no paría: escupía los bebés que concebía con cualquiera.
Por lo general los creaba con algún borracho conquistado sin esfuerzo a la
salida de la taberna, o con algún viajante, o (con los que eran de su
preferencia), jovencitos ansiosos por debutar en el amor.
No era que ser madre lo llevara en el corazón, pero tampoco
era maldad. Solamente le fascinaban las plantas. Si, así es. Y esto tiene todo
el sentido del mundo.
Saliendo de la muralla del reino, al otro lado del río, en
una cueva húmeda y oscura, descansaba el Dios del Bosque. Martha lo había
descubierto una vez, mientras buscaba la flor más hermosa del reinado, tarea que
hasta en ese entonces le parecía imposible.
Ese día, el Dios del
Bosque dormía una siesta, la cual fue interrumpida por una Martha de trece años
de edad. Ella lo reconoció enseguida, pues había visto decenas de ilustraciones
en los libros donde se escribían la historia de su reino y de todos los reinos,
desde el inicio de los días. Sin dudarlo un instante, la pequeña le reprochó:
- Perdone la molestia, mi Dios el Bosque, pero ¿por qué
en vez de holgazanear no creas flores más bonitas? Ya he recorrido todos los
alrededores del reino y no doy más que con pálidas margaritas.
El Dios el Bosque, sorprendido pero no incómodo, le
respondió:
- Martha, me he estado ocupando
en crear plantas medicinales para la gente del reino. Los pájaros me cuentan
que cada vez hay más enfermedades que no encuentran cura, por lo que trabajo en
las plantas indicadas para tratarlas. Quizás no sean muy hermosas, y algunas
hasta tengan espinas, pero ¿no te parece suficiente? ¿Qué deseas? ¿Tienes
alguna falta o necesidad urgente en particular para venir hasta aquí a
reprocharme que no realizo bien mi deber?
- De hecho, si mi señor. Necesito colores en tus flores, y formas nuevas también, pero sobre todas las cosas, colores. Mi alma no encuentra sosiego observando las que ya existen.
-Verás, Martha, ya estoy viejo y no puedo salir de aquí.
El encierro y la poca luz no me dejan ir por inspiración. Me gustaría darte
colores y flores nuevas nunca vistas en otras tierras, pero si quieres que te
de mis hijos, deberás darme a cambio los tuyos, y en ellos me inspiraré. A la
vida la genera la vida, lo sabes. Si entiendes lo que significa esto, y lo aceptas, vete ahora y aquí estaré
cuando regresen.
Martha quedó pensativa unos instantes, observando la cansada
mirada del Dios del Bosque. Respiró hondo y de un momento a otro, estaba
caminando de vuelta en dirección al río y hacia la entrada del reino.
Que Martha fuera una mala madre ahora es un tanto relativo.
¿Qué podría ella hacer? Si le fascinaban mucho más las plantas y las flores.